En esta día de la madre invitamos a una mujer, madre y sinodal para que nos ayude a pensar sobre estas tres palabras.
Mujeres integradas
Por Lucrecia Casemajor
A partir de la insistencia del Papa Francisco en mostrarnos que la Iglesia fue, es y será sinodal –como condición inherente a sí misma– nos vemos envueltos en ese ejercicio que ya hicimos habitual, como es enredarnos en nuevos diagnósticos, para seguir reflexionando acerca de lo que es la sinodalidad.
Hablando de esta palabra que lo impregna todo –y ya no dice nada porque la hemos exprimido a gusto–, un sacerdote me decía que ya sería tiempo de dejar de hablar de la sinodalidad y empujar a su ejercicio.
Y, en este momento, en el que ya tenemos la fase de implementación en nuestras narices y hay un apresuramiento por cumplir con lo que viene desde arriba, quizá sea bueno preguntarnos cómo la ejercemos en las comunidades que es el lugar desde donde construimos la Iglesia.
Mujeres y comunidad
Es una verdad de perogrullo que las comunidades están sostenidas mayoritariamente por mujeres. Y sabemos que los sacerdotes tejen filigranas para que haya paz en y entre las mujeres que cada día están amenazando con irse porque ya no dan más. Por esos niveles de desencanto y agotamiento, hay una vida latente en juego cuando se plantea la necesidad de escucha a las mujeres. ¿Qué tanto pueden las mujeres depositar su confianza en quien del ser mujer nada sabe? ¿Por qué no se abren espacios de escucha de mujeres por mujeres? ¿Cómo volver la mirada a las marías cotidianas responsables y conmovidas por tanta vida descartada a sus alrededores?
Los músicos le llaman la cuarta pared al público que tienen delante y con quien hay que establecer un vínculo. Dicen que la cuarta pared se rompe cuando el artista hace contacto con las personas mirándolas a los ojos si es posible y reconociendo su presencia. ¿Cuál es nuestra cuarta pared? ¿Cuál es ese público que está fuera de las cuatro paredes del templo? ¿Acaso nos sentimos salvados dentro y no pertenecemos a una sociedad y una cultura que construimos entre todos, todos, todos?
Más allá de todo lo que nos digan los documentos que casi nadie lee porque estamos sin tiempo, sería bueno propiciar una reflexión sobre esas marías de hoy bajando a nuestra mamá María del altar del cielo, para que nos acompañe a mirar y ver, reflexionar y discernir lo que nos pasa dentro y fuera de las cuatro paredes del templo.
La estaqueada
¿Se puede hablar de sinodalidad sin convocar a la caminadora que guardaba todo en su corazón y se mostró estaqueada delante de la cruz porque comprendió que la jugada de su Hijo por los más débiles no era negociable?
María es un modelo forjado al estilo de la perfección imposible de emular y casi adorada, poco menos que a Jesús. Se declama su ejemplo, pero no se experimenta como tal. Pocos la tienen como la Mamá cercana que nos legó Jesús. Esa que pocos bajan a tierra con su propia vida en los gestos tan necesarios hacia los que más sufren y los menos amados.
Pareciera que lo místico y los misterios padecen de ser envueltos en la ignorancia y no son transmitidos de manera que cada uno vaya en la búsqueda de la revelación profunda de Dios, a sabiendas de que su plan salvífico es para toda la humanidad.
Nos cuesta tanto ver a la María de la Trinidad. En su cuerpo caminante de esta tierra que hoy vive temblando, en su alma propiciadora de entregas hacia toda persona humana sufriente, en su espíritu de alegría magnificadora y cantante de esperanzas precisas.
María está directamente asociada a la obra misericordiosa del Padre, tal como dice el Papa Francisco en Misericordiae Vultus: “Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor”.
¿Nos asociamos nosotras a la obra misericordiosa del Padre? ¿Caminamos de manera individual o comunitaria? ¿Qué preguntas le haríamos a María para reflexionar y discernir con ella?
Todas, todas, todas
Necesitamos a las marías que caminan el barrio, que se embarran los pies sin pensarlo, a la que se le llueve el techo y se le rasga el vestido, a la que no tiene para darle de comer a sus hijos y llora por sus hijos encarcelados y esclavizados por los males de hoy. Las marías sin agua que ya están clamando por la casa común de sus hijos, las que claman por el hambre común propia y de su vecindario, las que salen a pedir por las violentadas y las desaparecidas y por todas las injusticias comunes.
¿Acaso no son esas marías las que –sin título ni jerarquías dentro y fuera de la institución eclesial– dan su vida por la vida? ¿No serán ellas las que necesitan enseñarnos el ejercicio pleno de la sinodalidad que andamos teorizando? ¿Podremos ver por fin que la realidad actual de nuestra iglesia pide a gritos que podamos distinguir entre incluir e integrar?
Dice Nurya Martínez-Gayol, ACI: La participación corresponsable en la vida y misión de la Iglesia de las mujeres no es un “regalo” que se solicita, sino un derecho que brota de bautismo, de la radical igualdad de hombres y mujeres en Cristo (Gal 3,7) y de su participación, al igual que todos los fieles en la triple misión de Cristo.
Lucrecia Casemajor
Octubre 2025