Cooperativismo: Un Modelo Económico, Social, Cultural y Ambiental
Esta semana proponemos una reflexión sobre el cooperativismo. Agradecemos la colaboración de Ariel Guarco, líder cooperativo que ha emprendido el proceso de desarrollo de un movimiento cooperativo de Argentina, y ha forjado fuertes vínculos con el resto del movimiento cooperativo en el continente americano y en todo el mundo.
El cooperativismo tiene al menos dos siglos de probada trayectoria como modelo socioempresarial al servicio del bien común.
Esto significa que, ante una realidad muy compleja en nuestro país y el mundo, existe una doctrina que se hace carne en más de mil millones de personas asociadas a tres millones de cooperativas en todos los continentes.
En esas, que son nuestras propias empresas, producimos, consumimos, trabajamos, habitamos, nos cuidamos, nos educamos, disfrutamos de la cultura y el deporte, ahorramos e invertimos, nos aseguramos, en fin, nos realizamos individual y colectivamente.
Este modelo, arraigado en cada comunidad, genera prosperidad, bienestar y paz, porque asegura la convivencia democrática, la participación ciudadana y el control comunitario de los recursos.
En nuestro país existe una cooperativa en prácticamente cada localidad, urbana o rural, brindando un servicio o produciendo bienes para sus habitantes.
Sin este tipo de empresas, posiblemente muchos pueblos pequeños y medianos del Interior (y del interior del Interior) no hubiesen prosperado, dado que la energía eléctrica, el agua potable, la telefonía en su momento, y hoy la conectividad -en igual o mejor estándar de servicio que en los grandes centros urbanos- se hizo presente allí de la mano de los propios vecinos autoorganizados.
Por supuesto, las demandas van cambiando y hoy nos enfrentamos como humanidad a nuevos y serios desafíos sociales, económicos y ambientales.
Sin embargo, desde el movimiento cooperativo estamos convencidos de que este modelo es la mayor innovación social de la era moderna y, por lo tanto, es esa vigencia en el tiempo –resultado de principios y valores permanentes- la que vuelve la economía cooperativa profundamente eficaz para resolver los desafíos de la hora.
Y es, precisamente, desde cada territorio, junto a cada comunidad, a nivel local, como superamos día a día esos grandes desafíos globales.
La responsabilidad social hecha empresa
No nos gusta pensarnos como empresas con responsabilidad social, sino más bien como la responsabilidad social hecha empresa.
Desde ese lugar generamos riqueza y acumulamos capital, no solo económico, sino social y cultural, capital que es siempre colectivo y al servicio de las personas y el ambiente.
Como dijo hace poco el Papa León XIV respecto de los algoritmos y las plataformas digitales: “Si el instrumento domina a las personas, entonces las personas son el instrumento”.
Lo mismo podemos pensar respecto del capital. Este es un instrumento necesario para el progreso de las personas, no al revés.
En ese sentido, no pensamos al cooperativismo solo como un vector de inclusión sino, fundamentalmente, de democratización. En otras palabras, no queremos limitarnos a ser ambulancias que recogen a los heridos de otros modelos. Queremos ser un modelo que permita cada vez más a las personas –de todas las clases sociales, de todos los géneros, de todas las edades, de todas las procedencias- controlar sus medios de vida.
Este 2025 que se termina ha sido declarado por la ONU Año Internacional de las Cooperativas.
El mundo nos mira y nos reconoce. Eso nos llena de orgullo y de responsabilidad.
Y nos anima, como expresó alguna vez Francisco en diálogo con nosotros, a ir “más allá de nuestras propias fronteras”, poniendo los valores y principios cooperativos en acción para construir entre todos ese mundo mejor que queremos y nos merecemos.











