El domingo 5 de octubre la plaza de San Pedro se colmó para la misa de cierre del Jubileo de Migrantes y Misioneros.
Bautizados, hijos de Dios, venidos de todo el mundo le dieron el color de universalidad de nuestra Iglesia, la evidencia de la identidad misionera y la tarea urgente de salir a buscar y recibir a los migrantes.
El sábado se dieron diferentes celebraciones y testimonios junto a la compañía del Cardenal Tagle en la Universidad Urbaniana y el domingo, miles y miles peregrinaron después de la misa para atravesar la puerta santa.
Antes de la celebración de la misa se vivió un momento de oración basado en el mensaje del Papa León para el presente jubileo, animado por hermanos de diferentes continentes. La Misa presidida por el Papa León significó una comunión de razas e idiomas en Cristo que nos hermana.
Por la tarde se realizó la Fiesta del Pueblo migrante y misionero en donde a través del arte diferentes naciones expresaron su fe como así también testimonios de migrantes inspiraron la caridad y fortalecieron la esperanza de todos.
A continuación la Homilía del Papa León XIV
Hermanos y hermanas, hoy se abre en la historia de la Iglesia una época misionera nueva.
Si por un largo periodo hemos asociado la misión con el “partir”, el ir hacia tierras lejanas que no habían conocido el Evangelio o se encontraban en situaciones de pobreza, hoy las fronteras de la misión ya no son las geográficas, porque son la pobreza, el sufrimiento y el deseo de una esperanza mayor las que vienen hacia nosotros.
Nos lo atestigua la historia de muchos de nuestros hermanos migrantes, el drama de su fuga de la violencia, el sufrimiento que los acompaña, el miedo a no lograrlo, el riesgo de peligrosas travesías a lo largo de las costas del mar, su grito de dolor y desesperación. Hermanos y hermanas, esas barcas que esperan avistar un puerto seguro en el que detenerse y esos ojos llenos de angustia y esperanza que buscan una tierra firme a la que llegar, no pueden y no deben encontrar la frialdad de la indiferencia o el estigma de la discriminación.
La cuestión no es “partir”, sino más bien “permanecer” para anunciar a Cristo a través de la acogida, la compasión y la solidaridad.
Permanecer sin refugiarnos en la comodidad de nuestro individualismo, quedarnos para mirar a la cara a aquellos que llegan desde tierras lejanas y sufrientes, permanecer para abrirles los corazones.
Son tantas las misioneras, los misioneros, pero también los creyentes y las personas de buena voluntad, que trabajan al servicio de los migrantes, y para promover una nueva cultura de la fraternidad sobre el tema de la migración, más allá de los estereotipos y los prejuicios. Pero este precioso servicio interpela a cada uno de nosotros, en la medida de sus posibilidades. Este es el tiempo —como afirmaba Papa Francisco— de constituirnos todos en un «estado permanente de misión» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 25).
Todo esto exige al menos dos grandes compromisos misioneros: la cooperación misionera y la vocación misionera.
En primer lugar, les pido promover una renovada cooperación misionera entre las Iglesias. En las comunidades de antigua tradición cristiana como las occidentales, la presencia de muchos hermanos y hermanas del sur del mundo debe ser acogida como una oportunidad, para un intercambio que renueva el rostro de la Iglesia y suscita un cristianismo más abierto, más vivo y más dinámico. Al mismo tiempo, cada misionero que parte para otras tierras, está llamado a habitar las culturas que encuentra con sagrado respeto, dirigiendo al bien todo lo que encuentra de bueno y de noble, y llevándoles la profecía del Evangelio.
Quisiera además recordar la belleza y la importancia de las vocaciones misioneras. Me dirijo en particular a la Iglesia europea. Hoy se necesita un nuevo impulso misionero, de los laicos, religiosos y sacerdotes que ofrezcan su servicio en las tierras de misión, de nuevas propuestas y experiencia vocacionales capaces de suscitar este deseo, especialmente en los jóvenes.
Queridos hermanos y hermanas, envío con afecto mi bendición al clero local de las Iglesias particulares, a los misioneros y a las misioneras, a aquellos que están en discernimiento vocacional. Mientras que a los emigrantes les digo: son siempre bienvenidos. Los mares y los desiertos que han atravesado, en la Escritura son “lugares de salvación”, en los que Dios se hizo presente para salvar a su pueblo. Les deseo encontrar este rostro de Dios en las misioneras y en los misioneros que encontrarán.
Encomiendo a todos a la intercesión de María, primera misionera de su Hijo, que se pone en camino sin demora hacia los montes de Judea, llevando a Jesús en su seno y poniéndose al servicio de Isabel. Ella nos sostenga, para que cada uno de nosotros sea colaborador del Reino de Cristo, Reino de amor, de justicia y de paz.

Copyright © Dicasterio para la Comunicación –